Alguna vez en un parque, en algún sitio, ibas pasando o esperabas a alguien o tan sólo descansabas un momento, cuando de pronto viste a ésa persona, ésa mirada, ese rostro, frente a tus ojos. No importó nada, todo ése mundo que rodea tu mirada y la de aquella persona, toda ésa realidad de pronto desaparece, se esfuma, quién será, qué secretos guarda ésa imagen, ese rostro, esa vida que a capturado mí atención.
Se miran profundamente, a ratos se olvidan las pupilas, se confunden, pierden el sentido de la existencia, son miradas en algún tipo de trance, miradas poseídas por él olvido, no saben cómo buscarse.
Tienen que volver a anclarse, su mirada te busca, tu mirada la encuentra y nuevamente vuelven a caer, nuevamente las retinas quedan congeladas en el espacio tiempo y todo vuelve al instante justo en donde nada a comenzado y nada es o será.
Es la eternidad.
Capturo su rostro y lo registro en mi mente, todo un mundo se crea. Una casa, un automóvil, niños, un perro o un gato, quizás ambos, el patio, la mesa y las tacitas para el café, el día y la noche y todo lo necesario para la existencia de éstas vidas, de éstas miradas. Cómplices a ratos, ardientes y otras expresiones melancólicas, comienzan a existir y a dar forma a lo cotidiano, a la caricia, al abrazo, al beso y a desnudarse solos frente a frente para ésas sábanas que necesitan su sexo para ser parte de lo habitual.
Debió ser Dios que lanzó los dados, el azar, los milagros, el destino.
Una mueca en su rostro, una sonrisa. Ya no hay paso atrás.
A lo lejos el sonido del viento, los pájaros, las voces susurrando, el agua de la pileta, y tú de frente a esos ojos que tan sólo los separa el reflejo del sol en los vidrios.
El reflejo de sus ojos en los tuyos, el futuro, la vida y la muerte, el paraíso y el infierno, el azar. El autobús sigue su destino.
Fin
Autor: Francisco Muñoz Vega - Francesco Muga.
Se miran profundamente, a ratos se olvidan las pupilas, se confunden, pierden el sentido de la existencia, son miradas en algún tipo de trance, miradas poseídas por él olvido, no saben cómo buscarse.
Tienen que volver a anclarse, su mirada te busca, tu mirada la encuentra y nuevamente vuelven a caer, nuevamente las retinas quedan congeladas en el espacio tiempo y todo vuelve al instante justo en donde nada a comenzado y nada es o será.
Es la eternidad.
Capturo su rostro y lo registro en mi mente, todo un mundo se crea. Una casa, un automóvil, niños, un perro o un gato, quizás ambos, el patio, la mesa y las tacitas para el café, el día y la noche y todo lo necesario para la existencia de éstas vidas, de éstas miradas. Cómplices a ratos, ardientes y otras expresiones melancólicas, comienzan a existir y a dar forma a lo cotidiano, a la caricia, al abrazo, al beso y a desnudarse solos frente a frente para ésas sábanas que necesitan su sexo para ser parte de lo habitual.
Debió ser Dios que lanzó los dados, el azar, los milagros, el destino.
Una mueca en su rostro, una sonrisa. Ya no hay paso atrás.
A lo lejos el sonido del viento, los pájaros, las voces susurrando, el agua de la pileta, y tú de frente a esos ojos que tan sólo los separa el reflejo del sol en los vidrios.
El reflejo de sus ojos en los tuyos, el futuro, la vida y la muerte, el paraíso y el infierno, el azar. El autobús sigue su destino.
Fin
Autor: Francisco Muñoz Vega - Francesco Muga.